La sociedad occidental idealiza el enamoramiento y lo
presenta como un objetivo a perseguir, convirtiéndolo en la clave para alcanzar
la felicidad y huir de la vida cotidiana. Y miles de creyentes, fieles a dichos
principios, orientan sus acciones en dicho sentido, con enormes expectativas
para ser célebres protagonistas de su propia biografía.
Con el enamoramiento comienza el “renacimiento”, hay una nueva forma de
observar el mundo, un margen de esperanza en el intrincado laberinto de las
pasiones y de los deseos.
“Yo, atendiendo únicamente a la llamada de mis
sentimientos, abrazo la posibilidad de un amanecer irrepetible, que abrirá sus
ojos para presenciar la escena de la dicha de quienes aman. Antes de que el
último rayo desaparezca, compartiré mis sueños contigo. Así es mi deseo. Y no
he de rechazar esta brillante idea, que se apodera de mí, y la hago mía, antes
de que mi mirada se pierda en la densidad del horizonte”.
Quien se dice sentir bajo los efectos de dicho proceso repite estas
palabras, y con ellas comienza a creer que ante su mirada se abren las puertas
que dan acceso a la posibilidad de amar, porque ya está bebiendo sus jugos,
antes incluso de que haya sido capaz de dirigirse hacia su fruto ansiado,
antes, incluso, de haber experimentado.
Y sin planteamiento previo, lejos de cualquier argumentación racional, un
gran número de personas en todos los rincones del mundo, va descubriendo la
existencia del amor...
¿Hasta que punto somos capaces de mitificar esta sucesión de hechos?.
¿Hasta que punto nos dejamos arrebatar por una experiencia supuestamente
superior a nuestras fuerzas?.
La respuesta la encontramos en la misma esencia que otorga una gran fuerza
a este sentimiento. Una fuerza que se sostiene en una absoluta fidelidad que
forma parte de la creencia.
Pero la constancia se debilita. A nuestro alrededor el escepticismo parece
tener con el tiempo una mayor presencia de adeptos. Parece ser que se va
generando en nuestro entorno cierta actitud de recelo, un convencimiento de
que existe otra realidad que poco o nada tiene que ver con los mitos que hasta
ahora han estado presentes en tantos hogares.
Podríamos decir que, en realidad, las vivencias que transcurren en el día a
día no coinciden con la puesta en escena que se había venido estableciendo
hasta no hace mucho tiempo.
El cambio nos sorprende cuando intentamos perfilar el ritmo cansino que
lleva el universo de los sentimientos. Y la historia nos delata que la
construcción amorosa no ha sido una y única, sino que dependiendo del momento
histórico nos encontramos con sucesivas transformaciones que han posibilitado
que cada cultura tenga su propia identidad.
Al margen de que sean las propias experiencias personales las que van
posibilitando que haya infinidad de concepciones respecto a esta emoción, ello
no impide que podamos ir diseñando un marco en el que se puedan observar
nuevas articulaciones en las relaciones sociales. Es decir, nuevas formas de
vivir el amor y la sexualidad.